El mundo según A.

30/9/09

Hace poco que A. se ha aficionado a la fotografía. Empezó con una camarita de usar y tirar que encontró por casa y el resultado del experimento nos pareció tan interesante que le hemos prestado una digital que no utilizamos. Y ahora anda loca retratando su mundo. Éste es su trabajo de esta semana:




¿Hablamos de caramelos?

29/9/09

Los niños deberían ser mediadores en conflictos internacionales de primera línea. Y no hablo de ese innegable don para la negociación y hasta para el chantaje. O de su insuperable poder de persuasión (por la vía del machaque, eso sí). No. Hablo de una capacidad única de romperte tus esquemas adultos, tu discurso adulto y tus expectativas adultas con su lógica de niño, transportándote en un pispás al plano del consenso y devolviéndote la sonrisa sin que sepas muy bien cómo, empleando apenas tres palabras. ¡Eso sí es economía del lenguaje! Y tú venga a derrochar saliva para que en tu casa reine la paz... pero ésta disminuye al ritmo que crece tu nivel de adrenalina.
Hoy, como tantas otras veces, A. me ha dado una lección de madurez, de cómo zanjar una discusión y de paso poner fin a un mal día. Y eso que probablemente no lo ha hecho de forma muy consciente, pero en ese momento parecía una señora ejecutiva haciendo negocios y midiendo con exactitud sus palabras. Y, claro, he tenido que sonreir y sentarme en la mesa de negociaciones.
Ha ocurrido justo al volver de la cabalgata de las fiestas del pueblo a la que J. la ha llevado, cuando en casa estábamos en plena "hora punta" y P. lloraba a todo pulmón pidiendo lo suyo.
- Mama, mamá, mamá, mamá, ¡¡mamáaaa!! Mira todos estos caramelos. Papá se ha guardado muchos en el bolsillo y yo llevaba éste en la mano, y se me estaba abriendo y claro, me lo tengo que comer, porque blablablablabla...
Las palabras de A. se iban diluyendo mientras el resto de mis neuronas trataban de contar las cucharadas de leche en polvo del bibe y atender alguna otra cosa que J. me decía de lejos.
-Una... (normalmente las grito en voz alta para que todos se den cuenta de que en ese momento no me pueden distraer); doooooos....
- Mamáaaaa ¿puedo comerme uno soloooooo? - volvía a la carga. - Es que papá esto y lo otro...
- Treeeeeees... Ale no puedo ahora... cuatrooooooo.... que estoy haciendo el bibe a tu hermanoo... cincoooo...
- Pero es que jo mamaaaá, tienes que ver los caramelos porque blablablablabla - seguía a lo suyo.
- Ochoooo... Ale me voy a enfadar, no te has puesto el pijama, no me dejas hacer el bibe... ¡y nueve!
Mira cariño, no vamos a hablar de caramelos hasta que te hayas puesto el pijama, hoy no te estás portando nada bien y lo sabes; mamá está cansada, tenemos que hacer la cena, tu hermano tiene que cenar también... y blablablabla...
En un momento dado me he dado cuenta de que estaba hablando sola. En vez del tradicional "joooooooooo mamáaaaa" o llantina correspondiente que yo estaba esperando, A. había desaparecido de la escena sin mediar palabra, cambiando de estrategia de forma inusual, dejándome ahí con mi discurso vacío, para volver a los pocos segundos con su pijama bien puesto y su cara de chica lista, sentándose muy segura frente a la mesa donde estaban esparcidos los caramelos y mirándome muy seria.
- Mamá. ¿Hablamos de caramelos?
- Sí, cariño. Hablemos.

Con buen pie

¡Tengo un blog! Tenemos un blog, quería decir. Aunque todo el mundo sabe que la mayoría de blogs familiares están liderados por una mujer, que escribe habitualmente en ellos. Así que tengo un blog que pertenece a toda mi familia. Y no es que no piense que poner tu vida (y la de tu familia) en un escaparate virtual a los ojos de millones de lectores potenciales no sea un ejercicio de exhibicionismo en toda regla, pero confieso que me chifla la idea de tener uno. Primero, por dejar testimonio de unos años felices junto a nuestros locos bajitos y acercar un poco más este día a día a la familia y amigos que están lejos. Segundo, por la necesidad personal de volver a tener un gimnasio de las palabras y recuperar la sana costumbre de ejercitarlas. Y tercero, por puro y frívolo capricho: veía los blogs de las amigas y me moría de envidia.
No ha sido fácil, claro. Pasaron semanas hasta que dimos con un nombre tan raruno como éste, rastreando en los palabros interesantes que nos han dejado A. en sus dos primeros años de inicio del lenguaje. Lo encontró J. y me encanta cómo suena y lo que representa. Después, el dichoso diseño de la página, que aún no me convence nada (o sabes algo de programación o tienes la misma plantilla de blog que todo el mundo). Y por último, esperar y esperar y esperar a la maldita inspiración. Y como no siento que me termine de llegar, nos lanzamos sin más a bloggear. ¡Yujuuuuuuu!