Fútbol

10/10/12

No he jugado nunca al fútbol, ni sigo la Liga ni nada de eso. De hecho no sé distinguir un penalti de una falta… por no hablar del fuera de juego, ese misterioso desajuste de jugadores que nunca has visto pero sabes que existe como Teruel. Vamos, que podría confesarme larga y abiertamente antifutbolera militante en cualquiera de sus tipologías… Peeeeero ahí estaba yo. ¡Ahí! Dándolo todo. Haciendo gala de la propiedad camaleónica que toda madre posee y que nos permite ser cocineras, pediatras, choferesas, profes, contadoras de cuentos, magas… o hinchas de fútbol. Todito en un mismo día. Que oye, es pisar el campo en el que juega tu hijo (tu hijo el que ayer gateaba) y te salen de inmediato tres rayajos de colores en la cara, una bufanda en el cuello y una vuvuzela en cada mano.
 
Ahí estaba. Adorando el césped artificial que con gracia y donaire pisaba mi pequeña promesa de este deporte en lo que más bien parecía una loca persecución gallifante del esférico.  “¡Penalti!”, gritó el profe sobre una melé de 12 niños de 4 años encima de un balón. Como para no serlo. Ese lo vi clarísimo. Quitando eso y el saque de banda en pandilla (saca uno y los demás le acompañan), creo que vamos bien. 

Si un día llega lejos no me deberá más que el plátano y el bocata que le meto en la mochila, porque en realidad es su Nono quien se ha metido hasta la portería en este fregao. Yo por si acaso he sacado unas fotillos de sus primeros chutes. Para que no se diga.




El tamaño sí importa

13/2/12

Queridas madres y padres de este mundo y de los demás, que ya lo sois o estáis a punto de serlo pronto… creedme si os digo que... el tamaño SI importa!! Y mucho. Algo tan elemental, sin embargo, no sobreviene a tu entendimiento así porque sí. No. Lo descubres un buen día al llegar a la puerta del colegio cuando veis (tú y el coro de padres que vigilan a sus retoños desde la entrada) a tu hija mayor alejarse caminando alegremente con los tobillos asomando bajo una talla 3 de pantalón.
Importa y mucho. Y es inversamente proporcional al número de neuronas que se te han despertado por la mañana. A saber: a mayor número de neuronas dormidas o durmientes, mayor probabilidad de que le coloques a la mayor el pantalón del chándal del pequeño y viceversa sin que tu psique se inmute ni una mijita.
Al contrario, las otras neuronas, las despiertas, tratarán de avisarte en repetidas ocasionas, pero tú ni caso. En plena maratón matinal sin premio para las madres más rápidas, tu subconsciente (esa parte de ti que a veces te gasta putadas) responderá con evasivas alegando que la mayor ha dado un estirón  y remangando resolutivamente el bajo del pequeño con tal de salir pitando. ¡Hala! Que total, lo importante es ganar la carrera, da igual el aspecto que tengas al alcanzar la meta.

Y entonces, sólo entonces, cuando desde esa puerta abarrotada de padres ves a Steve Urkel en versión rubia distanciarse unos metros de ti, te giras con el susto ya todo él reflejado en tu careto para confirmar que tu otro hijo, al que en 2 minutos tienes que entregar en la puerta del otro patio, va vestido de payaso colegial.  

Menos mal que las cuidadoras del cole también son madres, y por tanto magas, y en un periquete te ayudan a devolver a cada niño a su tamaño original de pantalón y a su fila. Justo a tiempo de empezar el lunes con buen pie. Y pierna.