Hoy he tenido la ocasión de mirar. Lo he hecho a través de la foto de un amigo de una amiga mía, que esta amiga ha comentado en una conocida red social (uy, sólo este comienzo metalingüístico ya da para un ensayo sobre la era digital). En ella se ve a un padre (el amigo de mi amiga) sentado en una mesa con su portátil abierto, y a su lado, en primer plano, al que presumo es su hijo, no más de 4-5 años, manejando con el dedo la pantalla de un ipad o similar con la soltura que sólo tienen los que lo traen de serie. Me ha hecho ser consciente de lo que en realidad ya todos intuimos: que lo que para estos niños es hoy un simple juego y para nosotros carnaza para la entrada de un blog o para conversación de sobremesa, será de la forma más natural, su herramienta de trabajo, de estudio y de quién sabe qué mas, dentro de pocos años. De hecho ya nos advierten de que los achaques reumáticos de esos chavales tendrán nombres cómo “síndrome del dedo pulgar”, una inflamación en los tendones del dedo provocada al parecer por la contracción constante al escribir SMS. Madre del amor hermoso.
Y lo mejor de esta mirada, es que me ha traído directamente otra imagen (ésta desde el recuerdo analógico) de mí misma jugando a escribir cuentos con una máquina de escribir de color naranja que tenían mis padres en su despacho. La tecnología de entonces consistía en darle vueltas a un rodillo para colocar el papel antes de empezar a escribir. Al menos sabías cómo sacarlo si se enganchaba.
Apenas han pasado 30 años y ya un abismo digital nos separa de aquello. Y eso que en casa éramos muy frikis. ¡Teníamos Spectrum y maquinitas!
Apenas han pasado 30 años y ya un abismo digital nos separa de aquello. Y eso que en casa éramos muy frikis. ¡Teníamos Spectrum y maquinitas!