Importa y mucho. Y es inversamente proporcional al número de neuronas que se te han despertado por la mañana. A saber: a mayor número de neuronas dormidas o durmientes, mayor probabilidad de que le coloques a la mayor el pantalón del chándal del pequeño y viceversa sin que tu psique se inmute ni una mijita.
Al contrario, las otras neuronas, las despiertas, tratarán de avisarte en repetidas ocasionas, pero tú ni caso. En plena maratón matinal sin premio para las madres más rápidas, tu subconsciente (esa parte de ti que a veces te gasta putadas) responderá con evasivas alegando que la mayor ha dado un estirón y remangando resolutivamente el bajo del pequeño con tal de salir pitando. ¡Hala! Que total, lo importante es ganar la carrera, da igual el aspecto que tengas al alcanzar la meta.
Y entonces, sólo entonces, cuando desde esa puerta abarrotada de padres ves a Steve Urkel en versión rubia distanciarse unos metros de ti, te giras con el susto ya todo él reflejado en tu careto para confirmar que tu otro hijo, al que en 2 minutos tienes que entregar en la puerta del otro patio, va vestido de payaso colegial.
Menos mal que las cuidadoras del cole también son madres, y
por tanto magas, y en un periquete te ayudan a devolver a cada niño a su tamaño
original de pantalón y a su fila. Justo a tiempo de empezar el lunes con buen pie. Y
pierna.