A vueltas con las maletas

31/12/13

Pasar de los cero grados continentales a los suaves-pero-muy-humedos 14 mediterraneos es una transición dislocante a la que no me acostumbro en esta vida, y eso a pesar de experimentarlo cada año al menos una vez. A medida que se acerca el día, ese día, voy notando una especie de calambre neuronal; una dislexia organizativa; un nublao en la razón que me impide distinguir lo superfluo de lo importante. Una borrachera estilística que me hace ver doble si abro el armario. 
Incapaz, me vuelvo incapaz de distiguir si el gorro que me abriga las sienes esta mañana me hará falta una vez pasemos Despeñaperros. Si las botas serán útiles o ridículas. Si los niños se me fundirán cual tranchetes en caso de olvidarme unas camisetas de manga corta en un último ataque de torpeza textil. No sé cómo decirlo. Me desprogramo. Me desgeolocalizo. Es pasar el día de Nochebuena y empezar a cortocircuitar.
Y así las cosas, me acerco (o más bien se acerca él a mí) al día de hacer las maletas navideñas sureñas. Noches antes me entreno concienzudamente con coaches tan motherfashion como éstas y éstas. ¿Serán de verdad? Yo quiero creer que sí y además quiero ser como ellas. ¡Vamos! ¡Yo puedo! Un sólo conjunto por día y niño... (yo lo mejoraré repitiendo vaquero multiusos para toda la semana)...  Una chaqueta para todo. Ni un calcetín de más. Un pijama da para toda la semana. Nada de porsiacasos... Y nada que no se pueda comprar en destino. Lo tengo claro. ¡Yo puedo! 
Pero no. No way. Tu concentración y tus buenos propósitos se diluyen en el momento de sacar una segunda maleta, la de la vergüenza. Esa maleta que te hará parecer que vas para 25 días. Y dos miembros de tu tribu empiezan a danzar a su alrededor con zapatillas de ruedas, de luces y de fuegos artificiales. "Mamá, ¿me habrás cogido la falda de Violetta, no?". "Mete estas zapatillas, por fa, que se las quiero enseñar a la abuela". "¿Y mi balón de fútbooool?"
La realidad siempre supera cualquier blog. Y si no ya me encargo yo misma.

Fútbol

10/10/12

No he jugado nunca al fútbol, ni sigo la Liga ni nada de eso. De hecho no sé distinguir un penalti de una falta… por no hablar del fuera de juego, ese misterioso desajuste de jugadores que nunca has visto pero sabes que existe como Teruel. Vamos, que podría confesarme larga y abiertamente antifutbolera militante en cualquiera de sus tipologías… Peeeeero ahí estaba yo. ¡Ahí! Dándolo todo. Haciendo gala de la propiedad camaleónica que toda madre posee y que nos permite ser cocineras, pediatras, choferesas, profes, contadoras de cuentos, magas… o hinchas de fútbol. Todito en un mismo día. Que oye, es pisar el campo en el que juega tu hijo (tu hijo el que ayer gateaba) y te salen de inmediato tres rayajos de colores en la cara, una bufanda en el cuello y una vuvuzela en cada mano.
 
Ahí estaba. Adorando el césped artificial que con gracia y donaire pisaba mi pequeña promesa de este deporte en lo que más bien parecía una loca persecución gallifante del esférico.  “¡Penalti!”, gritó el profe sobre una melé de 12 niños de 4 años encima de un balón. Como para no serlo. Ese lo vi clarísimo. Quitando eso y el saque de banda en pandilla (saca uno y los demás le acompañan), creo que vamos bien. 

Si un día llega lejos no me deberá más que el plátano y el bocata que le meto en la mochila, porque en realidad es su Nono quien se ha metido hasta la portería en este fregao. Yo por si acaso he sacado unas fotillos de sus primeros chutes. Para que no se diga.




El tamaño sí importa

13/2/12

Queridas madres y padres de este mundo y de los demás, que ya lo sois o estáis a punto de serlo pronto… creedme si os digo que... el tamaño SI importa!! Y mucho. Algo tan elemental, sin embargo, no sobreviene a tu entendimiento así porque sí. No. Lo descubres un buen día al llegar a la puerta del colegio cuando veis (tú y el coro de padres que vigilan a sus retoños desde la entrada) a tu hija mayor alejarse caminando alegremente con los tobillos asomando bajo una talla 3 de pantalón.
Importa y mucho. Y es inversamente proporcional al número de neuronas que se te han despertado por la mañana. A saber: a mayor número de neuronas dormidas o durmientes, mayor probabilidad de que le coloques a la mayor el pantalón del chándal del pequeño y viceversa sin que tu psique se inmute ni una mijita.
Al contrario, las otras neuronas, las despiertas, tratarán de avisarte en repetidas ocasionas, pero tú ni caso. En plena maratón matinal sin premio para las madres más rápidas, tu subconsciente (esa parte de ti que a veces te gasta putadas) responderá con evasivas alegando que la mayor ha dado un estirón  y remangando resolutivamente el bajo del pequeño con tal de salir pitando. ¡Hala! Que total, lo importante es ganar la carrera, da igual el aspecto que tengas al alcanzar la meta.

Y entonces, sólo entonces, cuando desde esa puerta abarrotada de padres ves a Steve Urkel en versión rubia distanciarse unos metros de ti, te giras con el susto ya todo él reflejado en tu careto para confirmar que tu otro hijo, al que en 2 minutos tienes que entregar en la puerta del otro patio, va vestido de payaso colegial.  

Menos mal que las cuidadoras del cole también son madres, y por tanto magas, y en un periquete te ayudan a devolver a cada niño a su tamaño original de pantalón y a su fila. Justo a tiempo de empezar el lunes con buen pie. Y pierna.

El globo

7/10/11

Hace varios días que quiero escribir sobre el nuevo huésped que convive en armonía con nosotros desde hace como mes y medio. No es para menos, creedme, pues además de convertirse en un enrollao compañero de piso al que dar los buenos días cuando irrumpe en la cocina mientras tú mojas la madalena en el colacao, se ha revelado todo él como una metáfora de la vida misma.

Reconozco que cuando los niños lo trajeron a casa, directamente rescatado de la graduación de P., y se instaló en el techo del salón prestándose a acariciarnos la sesera con su cuerdecita larga, no me hizo mucha gracia.  Éramos pocos y parió la abuela, pensé. A puntico que estamos de tener que hacer cola para entrar al salón por turnos y ahora viene éste a quitarnos metros. Y no metros cuadrados, nooooo, ¡metros cúbicos! Habrasevisto.

Así que discretamente y no sin la malicia de madre con cuernos, rabito y tridente que a veces me caracteriza, lo arrinconé junto a la ventana. “En un par de días”, cavilé, “con el solecito el helio pierde fuerza y este pobre se arrastrará sin remedio por el suelo, donde sin duda acechan los peores enemigos que todo globo pueda imaginar”.

Pero nada más lejos. No sólo no agachó un milímetro la cabeza el muy osado, sino que nos espero en paciente y oscuro silencio durante todo el mes de agosto hasta nuestra vuelta de vacaciones, momento exacto en el que yo di el típico chillido de madre sorprendida por fenómeno paranormal.

Estas son las cosas que suelo hacer para no perder mi esencia de madre, pero la verdad es que no me asusté ni chispita al entrar maleta en mano y verlo ahí erguido esperándonos, todo él henchido (e hinchado en este caso) de helio. Y es que un mes antes yo ya sabía que iba a quedarse con nosotros hasta el fin de sus días. Lo supe la mismita mañana en que, volviendo de dejar a los niños en el cole, me vi agarrada al volante con una mano y apartando con la otra el cabezón de goma blanca que pugnaba por hacerse con mi sitio. ¡Con mi volante! Que por ahí sí que no paso, ¿eh? Pero es que luego me ablando y me ablando… y así me va.

Caminito para casa que nos subimos los dos juntos en el ascensor, escondida yo, eso sí, tras mis gafas de sol y la gran capucha de la sudadera. Y desde entonces aquí está. Los niños no pueden vivir sin él. No ha vuelto el pobre a salir a la calle, lo vemos ya mayor para andar de paseo. Y sospecho que esta reclusión comienza a pesarle tanto como a algunos de los compis de mi abuela en la resi, pues son ya varios los intentos de huida que hemos conseguido abortar (el último desde el tendedero de la vecina de arriba, donde se quedó enganchado en la fuga). Y eso que como digo ya le fallan las fuerzas, pero es que es ver la puerta del patio de la cocina abierta y para allá que va. A su ritmo, pero va.
De hecho, si sientes una extraña presencia en el pasillo, con toda seguridad es ÉL, que está calibrando hacia dónde van hoy las corrientes, para intentar levantar el último vuelo.

¡A la playa!

19/4/11

Es una broma, claro. Gritar a los cuatro vientos (sobre todo vientos, sí) que te vas a la playa mientras en el mapa del tiempo dos nubes negras se hacen pipí sobre tu destino y un tímido sol asoma el cogote por detrás jugando al despiste, es lo más parecido a una broma pesada. Tan pesada como el sol que durante dos semanas se ha esforzado por tostarnos como kikos a mis hijos y a mí en el arenero del parque, mientras sudábamos un poquito y soñábamos con esa playita prometida que vería desfilar nuestro avance moda-baño-verano-2011 y nuestras carnes blancas aún en plena operación bikini.
Descartado el look pareo, adopto este titular para referirme a esa otra operación que en los próximos días pondrá el campamento de la familia pocoyo (me pido Eli), y hasta nuestras propias almas, patas arriba para recorrer los kilómetros que nos separan de la costa y de una querida parte de la familia.
El objetivo es llegar, claro está. Pero no de cualquier manera. Nos esforzamos mucho, mucho, mucho, palabrita del niño Jesús, en que sólo parezca que venimos para cuatro días y no a hacer un traslado domiciliario. Pero no es fácil. Y eso que una semana antes ya me pongo en modo practicalmother y me repito como un mantra, cada hora, que en el resto de Europa hay familias enteras que viajan con un macuto para seis, perro y abuela incluidos. Mi santo, como ya me conoce y es mucho más práctico que yo, baja del trastero el juego completo de maletas más cuatro bolsos auxiliares y la bolsa de aseo kingsize. Ya delante del armario me insisto a mí misma en que con un chándal por niño van zumbando. Y que en nuestra playa, no se me mete en la cabeza, también hay farmacias donde venden el apiretal y muchas más cosas. Pero entonces llega el momento “porsi”. Mira que la semanasanta es mu puñetera y tan pronto se te congela un niño por no haberle puesto body, como se te derrite el otro porque tú, madredespistada donde las haigan, te dejaste las sandalias fresquitas en el zapatero. Y así te va. Pero la experiencia, que siempre es un grado, me ha permitido elaborar este listado de lo que nunca falla:
Para los niños: Échalo todo, no te cortes. Échalo y presume de los modelitos que TÚ has elegido, antes de que los pantalones “culoalaire” o las camisetas Justin Bieber pueblen su maletas. Mete la mangacorta, la mangalarga, la manga a la sisa, la manga francesa y hasta la manga pastelera si quieres. Luego siempre pueden hacer allí una tarta para la familia. No olvides el abrigo y los bañadores, la crema solar, la de los mosquitos, el gorro de sol y el de lluvia, los lazos para el pelo y los zapatos de princesa y de princeso. Con este método llevas mucho equipaje, pero ahorras lexatines que no veas.
Para papá: … Papá sabe muy bien cómo aprovechar el rinconcillo weekend que le dejas de la maleta grande.
Para ti: No importa si te olvidas tu sujetador favorito, la pareja de un calcetín o coges por error los vaqueros de tu marido… De hecho no importa si te olvidas a tu marido (es broma, churri). Pero ay de ti si te olvidas el DVD portátil. Gracias a este revolucionario invento puedes mantener conversaciones de más de 20 segundos con tus iguales, bien durante el trayecto, bien en tu destino de vacaciones, mientras tus littleeinsteins se autohipnotizan con las historias de un niño calvo francés que tiene unos padres perfectos. Mete también ese libro que llevas 5 años paseando por la península y que a pesar de la caramadre que se te ha puesto te da un toque tan intelectual. Igualmente puedes darles un paseo a tus pinturas y cremas, ya sabes que les gusta salir de vez en cuando. No olvides las chanclas o similares, que mira que pisar la arena con manoletinas es bien incómodo.
Y oye, que en esto, como en todo en la vida, lo importante es participar y divertirse. Y más si es en casa de la tía L. y el tío A., donde con camión de mudanzas o sin, nos esperan cariñitos y comiditas ricas a tutiplén!





Nativos digitales

28/3/11

Muchos no han traído el pan bajo el brazo que nos prometían nuestras abuelas, pero todos sin excepción portan smartphone, tableta táctil, o pizarra digital. Dispositivos de última generación que además nos van a enseñar a usar. No han conocido el walkman (qué digo walkman… el discman es basura prehistórica para estos nuevos geeks), ni por supuesto la máquina de escribir. De milagro han llegado al ordenador con teclado. Pero pueden desbloquear un móvil antes de saber andar, pedir que pongas a su abuela en videoconferencia en el ordenador, o que entres en la página donde están los juegos (¡y cómo juegan!). Apenas saben dónde queda Málaga, esa ciudad desde la que su abuela se conecta, pero ya saben que el mundo entero se esconde dentro de un ordenador. O de un móvil. Ya no hay dudas. Nuestros hijos son nativos digitales.
El término no es mío sino de un señor llamado Marc Prensky que escribió en 2001 el libro Inmigrantes Digitales (que es precisamente lo que somos todos los que no somos nativos) y de otros muchos autores posteriores. Y en fin, lo que parecía ciencia ficción hace bien poco es hoy una realidad que se va instalando silenciosamente en lo cotidiano sin que nos demos cuenta. Si no miramos, claro.
Hoy he tenido la ocasión de mirar. Lo he hecho a través de la foto de un amigo de una amiga mía, que esta amiga ha comentado en una conocida red social (uy, sólo este comienzo metalingüístico ya da para un ensayo sobre la era digital). En ella se ve a un padre (el amigo de mi amiga) sentado en una mesa con su portátil abierto, y a su lado, en primer plano, al que presumo es su hijo, no más de 4-5 años, manejando con el dedo la pantalla de un ipad o similar con la soltura que sólo tienen los que lo traen de serie. Me ha hecho ser consciente de lo que en realidad ya todos intuimos: que lo que para estos niños es hoy un simple juego y para nosotros carnaza para la entrada de un blog o para conversación de sobremesa, será de la forma más natural, su herramienta de trabajo, de estudio y de quién sabe qué mas, dentro de pocos años. De hecho ya nos advierten de que los achaques reumáticos de esos chavales tendrán nombres cómo “síndrome del dedo pulgar”, una inflamación en los tendones del dedo provocada al parecer por la contracción constante al escribir SMS. Madre del amor hermoso.
Y lo mejor de esta mirada, es que me ha traído directamente otra imagen (ésta desde el recuerdo analógico) de mí misma jugando a escribir cuentos con una máquina de escribir de color naranja que tenían mis padres en su despacho. La tecnología de entonces consistía en darle vueltas a un rodillo para colocar el papel antes de empezar a escribir. Al menos sabías cómo sacarlo si se enganchaba.
Apenas han pasado 30 años y ya un abismo digital nos separa de aquello. Y eso que en casa éramos muy frikis. ¡Teníamos Spectrum y maquinitas!

Ballet

13/1/11

Reconozco que me chifla la idea y que ya me he montado mi propia película sobre este asunto. En ella está P., dentro de 20 años, a la salida del Royal Albert Hall rodeado de micrófonos de la prensa que le espera impaciente tras su última actuación. Él, 1,85 de altura, complexión fuerte, pelo ondulado y look informal, se muestra tranquilo en todo momento, cuando una guapa periodista con gafas le pregunta… “¿y cómo empezó todo?”. Y es entonces P. comienza a explicar:

Pues todo empezó como suelen empezar estas cosas… Fue una noche hace más de 20 años… Yo acababa de cumplir dos y estaba con mis padres en el salón de casa cuando, de pronto, me agarré con una mano a una pequeña mesita frente al sofá e, inclinándome levemente hacia delante, me mantuve erguido mientras levantaba hacia atrás mi pierna derecha y la sostenía en el aire por unos segundos. Mi madre comentó entonces ‘¡anda, mira el niño éste, que ahora se pone a hacer ballet!’ y aquello debió de hacerme mucha gracia porque en apenas unos minutos estaba colocándome en la misma posición mientras decía: ‘¡¡vi hasé balé!!’. Mis padres rieron tanto con mi ocurrencia verbal (y corporal) que no paré de repetirlo durante algunas noches seguidas ¿sabe?… y desde entonces no he podido parar de bailar, fíjese…”.
"Mira que si estamos empeñados en el fútbol y resulta que lo que va a hacer este niño es bailar… ", me comentaban el otro día abu L. y N.
Y tienen razón. Aunque, por si acaso la cosa se queda en anécdota y ese arabesque no es más que el comienzo de un potente chut de balón, yo dejo testimonio gráfico y textual. Para que recordemos los tiempos en los que nuestro billy elliot quería bailar. Por supuesto en pijama, que como todos saben es como mejor se baila.