Casi once

12/11/09

Meses, claro. Hoy dejaré a un lado la báscula, para hablar sobre P. sin más. Ahora que entramos en la recta final de su primer año, ese gran hito en la vida de cualquier personita, no puedo dejar de contar la experiencia que supone observar día a día su evolución. Sus progresos y descubrimientos; sus desplazamientos meteóricos por toda la casa; su afán de exploración; su mirada audaz…

Cuando escribo esto, no puedo evitar acordarme de ese maravilloso texto que exaltaba la profesión de madre, y en el cual la protagonista, al ser preguntada por su profesión, se definía a sí misma como “Investigadora Asociada en el campo del Desarrollo Infantil y las Relaciones Humanas”. ¡Me encanta! Me quedo con el cargo. Y en calidad del mismo, siguiendo con la coña, paso a dar cuenta de los avances de nuestro “nuevo modelo experimental del Programa de Desarrollo Infantil”.

A punto de cumplir 11 meses, P. es un niño FELIZ. Y lo pongo así con mayúsculas porque no es el clásico adjetivo que describe la felicidad de la infancia de forma abstracta. No es felicidad-estado, sino felicidad-rasgo. Es esa felicidad que lo impregna todo. Es la sonrisa con la que amanece, se acuesta, saluda a los conocidos o recibe caras nuevas. Es el aire triunfal con el que te mira cuando consigue algo que perseguía; la carcajada con la que agradece que te rías con él; la libertad con la que se marcha por el pasillo arrastrando su juguete favorito (mi ratón del ordenador); la satisfacción con la que, tras varios intentos consigue mover su manita diciendo adiós, o quitarle los tapones a las botellas de leche que guardamos tras la puerta de la cocina; el agradecimiento con el que recibe cada plato de comida, primero con los ojos, después con la boca… Definitivamente P. es un niño feliz.

Ahora que sabe levantarse y desplazarse agarrado a los muebles, agacharse a coger objetos (los que él mismo tira una y otra vez), apartar aquellos que le estorban en su camino, y ha conseguido descubrir todos aquellos rincones peligrosos que teníamos en casa sin saberlo, se puede decir aquello de “tengo un pequeño terremoto”. Pero lo cierto es que está gozando de una de las etapas más fascinantes de la vida, que es la de explorarlo todo: su cuerpo y su entorno. Aunque en el proceso esté machacando la espalda de más de una… Menos mal que la baba, al menos, se me cae cómodamente mientras me agacho una y otra vez.





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